En varias ocasiones, se han publicado en este blog
relatos de familias en misión del Camino Neocatecumenal. Se trataba de relatos impactantes, escritos por algún miembro de dichas familias, que habían dejado todo para anunciar el Evangelio en el país del mundo al que fuesen enviadas.
Además de los comentarios de ánimo, también hubo en alguna ocasión críticas a la misma práctica de enviar a estas familias. Como es lógico, un testimonio personal no era el ámbito adecuado para discutir teóricamente sobre esta práctica del Camino Neocatecumenal, así que prometí que ya discutiríamos sobre el tema en otra ocasión. Y esa ocasión ya ha llegado. Discutamos, pues.
Las críticas fundamentales eran, si mal no recuerdo, las siguientes:
1) La llamada de Dios siempre es personal, no comunitaria
2) No se pueden imponer a los hijos actividades supererogatorias
3) Es algo que no corresponde a laicos y equivale a imponer a los hijos un estado de vida similar al religioso
4) Es algo contrario a la práctica o a la Tradición de la Iglesia
Vayamos respondiendo una por una a estas objeciones:
Objeción 1: La llamada de Dios siempre es personal, no comunitaria
Esto es evidentemente erróneo. Se trata de un individualismo muy frecuente en nuestra época, pero que poco o nada tiene que ver con el cristianismo. La llamada de Dios, tal como la entiende la Iglesia, siempre es a la vez personal y comunitaria.
Una vocación al sacerdocio, por ejemplo, no es una especie de iluminación interior que determina necesariamente que esa persona va a ser sacerdote. Dios no actúa así. La propia opinión de haber recibido esa llamada es discernida por la Iglesia, en la figura del obispo de esa diócesis. Del mismo modo, el sacerdote no se ordena en el vacío, como una mera misión individual, sino siempre incardinado en una diócesis u otra estructura comunitaria de la Iglesia. La dimensión comunitaria se hace más evidente aún en el matrimonio, porque es una vocación que afecta necesariamente a dos personas.
En general, Dios no nos ha llamado como a personas aisladas. No existen los cristianos francotiradores, que buscan la salvación aisladamente. Dios nos llama a formar parte de un pueblo, una sociedad perfecta, una comunidad que es la Iglesia. Nuestro Dios es comunidad de personas y nos llama también dentro de esa imagen de la Trinidad que es la Iglesia. Nuestra llamada está inextricablemente unida a las llamadas que hace al resto de los miembros de la Iglesia, ya que, por la comunión de los santos, la vida cristiana de cada uno afecta siempre a los demás.
Además, para comprender el carácter comunitario de la vocación, basta acudir al prototipo bíblico de vocación: Abraham. Precisamente por ese prejuicio individualista de nuestra época, estamos acostumbrados a imaginarnos únicamente a Abraham saliendo de su tierra él solito, cuando Dios le manda ir a la tierra que él le mostrará. Como mucho, alguno se acuerda de su mujer Sara. En realidad, con Abraham iba toda su tribu, compuesta por muchas personas: parientes más o menos lejanos, criados, esclavos, colaboradores… Todos ellos dejaron su tierra por la llamada que Dios había hecho a su patriarca, al padre de aquella familia en sentido amplio. Curiosamente, lo mismo que sucede con las familias en misión.
Objeción 2: No se pueden imponer a los hijos actividades supererogatorias
Como es un vocabulario poco habitual, explicaré que las actividades supererogatorias son aquellas que no son necesarias. Por ejemplo, ir a Misa los domingos y fiestas de guardar es algo obligatorio para cualquier católico en virtud de los mandamientos de la Iglesia. En cambio, ir a Misa un día no festivo es una obra supererogatoria, algo bueno pero no obligatorio.
Una vez explicado eso, hay que señalar que decir que no se pueden imponer a los hijos actividades supererogatorias, en principio, parece una afirmación hecha por alguien que no ha tenido hijos. Los padres no mandan a sus hijos únicamente lo absolutamente necesario, como si la autoridad paterna fuera un mero establecimiento de límites que no se pueden traspasar. Los padres mandan a los hijos, mientras están sujetos a ellos, lo que consideran bueno y oportuno. No es una cuestión de mínimos, sino de lo óptimo, que suele ir mucho más allá de lo meramente obligatorio.
Pondré un ejemplo intrascendente y no religioso. ¿Es necesario que un niño acuda a clases de inglés después del colegio? No. Puede ser bueno, pero en ningún caso es necesario ni obligatorio en sí mismo, como la escolaridad obligatoria o las vacunas correspondientes. Sin embargo, si el padre decide que el niño debe asistir a esa clase de inglés, el niño asistirá quiera o no quiera, y a nadie se le ocurrirá criticar a ese padre por imponer actividades supererogatorias al niño. Lo mismo sucede con la vida cristiana. Los padres enseñan y mandan a los hijos lo que consideran bueno para ellos, ya sea rezar antes de acostarse, recitar el rosario, ir a un campamento cristiano o acudir a catequesis los domingos, todo ello actividades que no son estrictamente necesarias. Es decir, la autoridad de los padres no es una simple misión de garantía de los mínimos para la convivencia, sino una labor de guía de los hijos, hacia su plenitud como personas, hacia el bien y, sobre todo, hacia Dios.
Objeción 3: Es una opción de “radicalidad evangélica” que no corresponde a laicos y equivale a imponer a los hijos un estado de vida similar al religioso
Empezaremos explicando que las familias en misión no tienen nada que ver con la entrada en una orden religiosa, que es algo que por su propia naturaleza tiende a ser una opción permanente, de consagración definitiva y, por lo tanto, exige un consentimiento personal. Las familias en misión están un tiempo en misión, dependiendo del lugar, sus características, etc. A menudo se vuelven cuando los hijos tienen que ir a la universidad, si no pueden estudiar allí o pueden volverse por causa de enfermedad, complicaciones insalvables, etc. En cualquier caso, cuando los chicos dejan de depender de sus padres, hacen su vida como cualquier otro joven. Por otra parte, si los chicos son mayores y en edad de decidir, con quince o dieciséis años, cuando la familia se ofrece para marchar de misión, no se permite a los padres marcharse sin que esos hijos estén de acuerdo. Las familias en misión tampoco hacen los votos de pobreza, castidad y obediencia propios de la vida religiosa, sino que simplemente afrontan la precariedad propia de dejar el propio país y tener que buscar un trabajo y obedecen a sus catequistas en aquello que tiene que ver con la misión, como sucede con otras obras apostólicas.
El resto de esta objeción es muy triste, porque supone una muestra de lo bajo que tenemos puesto el listón para los laicos. El mandato de ir al mundo entero a predicar el Evangelio, hasta donde yo sé, no es algo exclusivo de los sacerdotes o religiosos. No creo que sea apropiado hablar de “radicalidad evangélica” como si eso fuera algo exclusivo de los religiosos. La radicalidad evangélica es la santidad y eso debe ser propio de todos los cristianos. Aunque suponga un peligro para la vida. Que se lo digan a la madre que tiene siete hijos sabiendo que así acorta su vida. Que se lo digan a los jueces o políticos que dicen la verdad con el peligro de que un terrorista les ponga una bomba. A fin de cuentas, estamos llamados a dar la vida, en Camerún, en Nicaragua o aquí.
Lo que no tiene sentido es que nos parezca bien que un diplomático o un empresario se lleven a su mujer y a sus hijos a donde vayan por trabajo, cambiándoles la vida, alejándolos de sus amigos, y, según los sitios, con posible peligro para la vida o la salud… y nos parezca mal que lo haga un matrimonio en misión. Porque la diferencia es el dinero. ¿Van a tener menos comodidades, etc.? Las que tienen sus hermanos cristianos de Camerún, de Japón o de Kazajstán. Y no pasa nada. No es algo extraño. La vida cristiana supone siempre dar la vida. En la Iglesia, hay innumerables familias numerosas que pasan estrecheces por su apertura a la vida, con menos dinero, yendo a un colegio más barato o gratuito, pasando las vacaciones en casa porque no se pueden ir a otro sitio, etc. Y tampoco pasa nada. Hay multitud de familias de laicos en lugares peligrosos como Irak, Siria, etc. a quienes sus obispos les aconsejan que se queden allí, para hacer la voluntad de Dios, aunque eso suponga un cierto peligro para sus familias. Y, de nuevo, no pasa nada.
No podemos olvidar, por otra parte, el beneficio para la fe de los hijos que suponen estas cosas. Porque así aprenden, sin que les quede duda, que lo verdaderamente importante en la vida es Dios y que lo demás no merece la pena a su lado. Algo que no tengo yo claro que mis hijos aprendan de mí. Eso es un beneficio que está muy por encima de cualquier criterio meramente material. De hecho, es un deber fundamental nuestro, como padres, enseñárselo, mucho antes que cosas buenas pero menos importantes como darles una buena carrera, el mejor seguro sanitario del país o una casa estupenda. Y hay muchos ejemplos de la Historia de la Iglesia que indican lo mismo. Creo que fue Santa Brígida de Suecia la que llevaba a su hija a cuidar de los pobres enfermos y, ante los que se escandalizaban por el peligro de contagio, dijo que así le estaba enseñando a su hija que la vida pertenece a Dios.
Todo esto que he dicho, por supuesto, no excluye sino que supone siempre tener en cuenta los habituales criterios de prudencia que hay que tener siempre en la vida a la hora de tomar decisiones, especialmente las que afectan a los hijos. En casos específicos, como sucede con cualquier otra cosa, pueden darse faltas de prudencia de personas concretas que en nada constituyen una objeción para la práctica de enviar familias en misión, del mismo modo que una falta de prudencia de un sacerdote no es una objeción contra el sacerdocio o la vida parroquial.
Objeción 4: Es algo contrario a la práctica o a la Tradición de la Iglesia
Ya hemos hablado antes de que, lejos de ser contrario a la Tradición, es algo presente desde Abraham, nuestro padre en la fe y prototipo de la llamada de Dios. Por otra parte, esta objeción es, en realidad, un prejuicio eurocéntrico, porque, en la Iglesia Católica en Oriente, existen los sacerdotes casados. Y, en muchas ocasiones, sus familias lo pasan materialmente peor por razón de la vocación del padre. Lo mismo podríamos decir de los pastores anglicanos conversos ordenados como sacerdotes católicos en virtud de Anglicanorum Coetibus de Benedicto XVI o de la provisión pastoral de Juan Pablo II. Han abandonado el sueldo que tenían en la Comunión Anglicana, su casa, sus amigos y en ocasiones hasta su país para hacer la voluntad de Dios.
Por otra parte, el único pronunciamiento de la Iglesia sobre este tema se ha dado, que yo sepa, cuando la propia Iglesia ha realizado los envíos de estas familias. Porque no son enviadas por el Camino Neocatecumenal, sino por sus parroquias, los obispos de sus diócesis o por el propio Papa. Además, son enviadas a diócesis cuyos obispos lo han pedido expresamente. Es decir, siempre dentro de la vida diocesana de la Iglesia.
No tengo acceso a los discursos de los obispos que han enviado familias en misión, pero sí puedo citar algunas de las cosas que han dicho los dos últimos papas al enviar personalmente a varios cientos de familias en misión. Por cierto, en esas palabras se mencionan prácticamente todos los temas de los que he hablado en los párrafos anteriores.
- “La Iglesia, sobre todo en el Vaticano II, ha reconocido su carácter de familia y el su carácter misionero. Es una gran familia en misión […] Pero cuando vemos el misterio principal constituido por la Trinidad en misión, podemos ver una familia también en misión”
- “Vemos que también la Familia de Nazaret es una familia itinerante. Y lo ha padecido, ya desde los primeros días de vida del Divino Niño, del Verbo Encarnado. Ella tuvo que convertirse en familia itinerante, sí, itinerante y también refugiada. […] para vosotros ella es sobre todo una Familia itinerante porque va por todas partes: va a Egipto, vuelve a Nazaret, va Jerusalén con Jesús a la edad de doce años, siempre va como itinerante para llevar un testimonio de la misión de la familia, de la divina misión de una familia humana. Yo pienso que vosotros como familias itinerantes, neocatecumenales, hacéis lo mismo, siendo la finalidad de vuestra itinerancia llevar a cualquier parte, en los ámbitos más descristianizados el testimonio de la misión de la familia”.
- “Y así, llevando como itinerantes el testimonio que es propio de la familia, de la familia en misión, vosotros lleváis a cualquier parte el testimonio de la Trinidad Santa en misión. Y así hacéis crecer la Iglesia porque la Iglesia crece de estos dos misterios”.
- “Queridas familias, la fe que habéis recibido en don, sea esta luz encima del candelero, capaz de indicar a los hombres el camino hacia el Cielo”
- “Vosotros habéis pedido que este envío lo realizara el sucesor de Pedro, como ya sucedió con mi venerado predecesor Juan Pablo II, el 12 de diciembre de 1994, porquevuestra acción apostólica tiende a integrarse en el corazón de la Iglesia, en plena sintonía con sus directrices y en comunión con las Iglesias particulares en las que iréis a trabajar, valorando plenamente la riqueza de los carismas que el Señor ha suscitado a través de los iniciadores del Camino”.
- “Queridas familias, el crucifijo que recibiréis será vuestro inseparable compañero de camino, mientras proclamáis con vuestra acción misionera que solamente en Jesucristo, muerto y resucitado, hay salvación. De Él seréis testigos mansos y gozosos,recorriendo con sencillez y pobreza los caminos de todos los continentes, sostenidos por la incesante oración, atentos a la palabra de Dios y alimentados por la participación en la vida litúrgica de la Iglesias particulares a las que seréis enviados”.
- “son familias que parten sin grandes apoyos humanos, pero que cuentan, antes que nada, con el apoyo de la Providencia divina. Queridas familias, podéis testimoniar con vuestra historia que el Señor no abandona a quienes confían en Él. Seguid difundiendo el Evangelio de la vida. Allí donde os lleve vuestra misión dejaos iluminar por las consoladoras palabras de Jesús: «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» y sigue diciendo: «Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mateo 6, 33-34). En un mundo que busca la certeza humana y la seguridad, mostrad que Cristo es la roca segura sobre la cual se ha de construir el edificio de la propia existencia, y que la confianza puesta en Él nunca defrauda.”
- “Que la Sagrada Familia de Nazaret os proteja y sea vuestro modelo”
Ciertamente, estas palabras del Papa no son (ni tendría sentido que fueran) una definición dogmática o magisterial con la que todo el mundo deba estar de acuerdo. Tampoco son una garantía absoluta de que enviar familias en misión sea una buenísima idea o de que vaya a continuar haciéndose siempre en el futuro. Son lo que deben ser: la bendición de la Iglesia para estos hijos suyos que parten al mundo entero a proclamar el Evangelio y el apoyo del Papa a algo que, en virtud de su ministerio, discierne como algo bueno y evangélico.
Estas palabras, unidas a todo lo que he dicho en los párrafos anteriores, son para mí criterio suficiente para considerar que el envío de familias en misión es algo oportuno y agradable Dios. Pero admito sin problemas que otros puedan tener opiniones diferentes.