D. Paulo Reis Godinho
Fri, 29 Oct 2010 08:01:00
Hace unos años estaba en Nueva York casi a defender mi tesis doctoral mientras se celebraba una convivencia de obispos de toda América con Kiko, Carmen y Mario, iniciadores y presbítero del Camino Neocatecumenal. Un obispo amigo mío no tenía ganas de meterse con los «neocatecumenales», pero estaba muy impresionado con la labor evangelizadora del Camino.
Alguien me había dicho qué Kiko hablaba mucho de la belleza en una convivencia y incluso empezaba por Dostoiewsky. De hecho una página de Dostoievski ilumina maravillosamente la condición de estar suspendido entre la palabra y el silencio, frente al dolor del amor, frente a la belleza que salva. Está en la novela El idiota. El protagonista es el Príncipe Myskin, el inocente que sufre el infinito dolor del mundo y le cree a todos, los disculpa, soporta todo, quiere a todos. Un día Myskin está sentado junto al lecho donde un joven está muriendo, consumido por la tisis.
El joven se dirige a Myskin: "Príncipe, usted dijo una vez que la belleza salvará al mundo. ¿Qué belleza lo salvará? Y Myskin contesta con su silencio, con la silenciosa presencia de su compasión. La belleza que salva es el amor que comparte el dolor y que no necesita palabra, es la verdad que se expresa callándose, por su presencia de amor. Esta frase siempre me había llamado la atención y me llenaba el corazón porque al final a belleza es este amor revelado y oculto, este "ágapecrucificado", apocalipsis del Todo en el fragmento, totalidad del Misterio divino, revelada y oculta en el advenimiento del Abandono del Hijo eterno. La belleza es así adviento simbólico que reúne a la vez resplandor y forma, transgresión y sosiego de la mirada y de la voz, analogía cristológica entre lo último y lo penúltimo, proporcionalidad y participación pensadas a partir del descendimiento kenótico de Dios hasta las tinieblas. Belleza es inseparablemente visión y sosiego; es ruptura, laceración y muerte; belleza es ágape: Belleza es Dios, que es amor (1 Jn 4,8. 16).
Pero cómo explicarlo a mi amigo obispo y a la vez terminar mis apuntes horas antes de empezar mi defensa? No quería hablar de los íconos, ni de los cantos, ni de la estética del Camino, una forma estupenda de poner la arquitectura conciliar en práctica. Pero, a la vez me parecía que todo esto eran dones del Cielo y sostenían la actitud de Myskin. He decidido celebrar la eucaristía, como hago todos los días. Allí, ante el misterio de la pascua de Jesús, algo me consumía el corazón. He vistoqué la belleza del amor de Cristo sale cada día a nuestro encuentro en la sagrada liturgia, sobre todo en la celebración de la Eucaristía, en la que el Misterio se hace presente e ilumina con sentido y belleza toda nuestra existencia. Es el extraordinario medio con el que Nuestro Señor, muerto y resucitado, nos transmite su vida, nos une a su Cuerpo como sus miembros vivos y, de este modo, nos hace participantes de su belleza.
Para el creyente, la belleza trasciende la estética. Permite el paso del "para sí mismo" al "mayor que sí mismo". La belleza de la liturgia, momento esencial de la experiencia de fe y del camino hacia una fe adulta, no puede reducirse sólo a la belleza formal. Es, ante todo, la belleza profunda del encuentro con el misterio de Dios, presente en medio de los hombres por medio de su Hijo, "el más bello de los hijos del hombre" (Sal 45,2)", que renueva continuamente para nosotros su sacrificio de amor. Expresa la belleza de la comunión con él y con nuestros hermanos, la belleza de una armonía que se traduce en gestos, símbolos, palabras, imágenes y melodías que tocan el corazón y el espíritu y suscitan el encanto y el deseo de encontrar al Señor resucitado, que es la "Puerta de la Belleza". Había encontrado una forma de hablar a mi amigo de la nueva estética del Camino, de cómo esta nueva estética en los cantos, en el arte, en la predicación, mostraba al mundo la belleza de Cristo, su amor hacía nosotros, sin palabras muy altas, más bien sencillas, pero fuertes.
Después de estos años, he recibido una carta de mi amigo obispo. Decía solamente «te deseo la protección de la Paloma Incorrupta» y me mandaba una foto con su iglesia llena de hermanos, de iconos, de una nueva estética. Todo olía a amor, al amor del Crucificado, pero también del Resucitado, del Viviente. Él que nos ama y hizo de nosotros para Dios, su Padre, un reino de sacerdotes.
Gracias Kiko, Carmen y Mario. La belleza de vuestro carisma sigue llamando el mundo a mirar Aquél a quien han traspasado, él Cordero de Dios qué quita el pecado del mundo. Desde la Psicología, gracias; desde la Fe, gracias; desde el corazón, os deseo la paz!
Cómo dice Bruno Forte: «La liturgia es bella cuando es "agradable a Dios" y nos introduce en la alegría divina» y vosotros habéis llenado la tierra con esta alegría siempre nueva: el anuncio del Resucitado!
CAMINEO
http://www.camineo.info/news/153/ARTICLE/11932/2010-10-29.html
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