Queridos hermanos y amigos:
El próximo viernes, día 26 de
julio, celebramos la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, padres de Nuestra
Señora. Desde hace unos años en ese día se ha querido celebrar el día de los
abuelos. Quiero, por ello, en este día tener una palabra sobre ellos y para
ellos.
La celebración del día de los abuelos nos ofrece la oportunidad de agradecer
su presencia en la familia y en la sociedad. Somos deudores de sus servicios
prestados con ilusión hasta el final de sus vidas, pero sobre todo somos
deudores de la fe que nos han transmitido y del amor que nos han prodigado.
La celebración de esta fiesta nos ayuda a reconocer y valorar el papel que
la generación de la sabiduría desempeñada en la vida de todos nosotros.
Lo importante en la vida no es la
edad, lo importante es la forma de envejecer, el ir viviendo los valores que se
nos ofrecen en cada estadio de la vida. El Beato Juan Pablo II, en su
Exhortación Apostólica “Vita
Consecrata” escribía: “Hay una juventud de espíritu que
permanece en el tiempo y que tiene que ver con el hecho de que el individuo
busca y encuentra en cada ciclo vital un cometido diverso que realizar, un
modelo específico de ser, de servir y de amar”.
Cada periodo de la vida tiene una finalidad y ¡cómo necesita hoy nuestra
sociedad y nuestras familias de sus servicios desinteresados!
“Por lo que concierne a
senectud- dice Séneca- abrázala y ámala. Te procurará abundante placer si sabes
cómo hacer uso de ella”. Estar
uno libre de las expectativas y fechas límites, de las presiones y
responsabilidades, de los horarios y las actividades públicas de la madurez tiene
algo que sitúa a los últimos años de la vida bajo una luz del todo diferente.
Es la etapa en la que se tiene derecho a vivir con gratitud por todas las
etapas de la vida que nos han traído hasta aquí, por los recuerdos que nos
causan gran alegría, por las personas que nos han ayudado a llegar tan lejos,
por los logros que hemos ido grabando en el corazón a lo largo del camino. Las
experiencias piden a gritos ser celebradas y en esta fiesta queremos hacerlo.
“Envejeced conmigo -escribe
Robert Browning- todavía nos aguarda lo mejor, lo último de la vida, meta de
lo primero”. Las vidas de los
ancianos no sólo tienen un nuevo color, sino que traen consigo la clase de
profundidad interior que tan acuciantemente necesita un mundo acelerado. La vejez es una nueva experiencia
de cómo vivir la vida, cómo exprimirle la bondad, la energía, la gratitud, la
calma y la serena creatividad. En ella nos hacemos conscientes de que el éxito
tiene que ver con disponer de lo esencial, con aprender a ser feliz, con entrar
en contacto con nuestro yo espiritual, con llevar una vida equilibrada, con no
causar daño, y con no hacer sino el bien.
Con San Pablo, en la carta a los
Corintios dice: “Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro
hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de
día en día”. Es la
experiencia de tantas personas mayores que envejecen desde el “saborear a Dios”.
“En la vejez seguirá dando
fruto”, afirma el Salmo 91.
Este salmo celebra la confianza en Dios que es manantial de serenidad y de paz.
Una paz que permanece intacta en la vejez (Cf. v. 15), estación vivida todavía
en la fecundidad y en la seguridad. Orígenes comenta: “Nuestra vejez tiene
necesidad del aceite de Dios. Al igual que nuestros cuerpos cansados recobran
vigor ungiéndolos con aceite, al igual que la llama de la lámpara se extingue
si no se le añade aceite, así también la llama de mi vejez necesita el aceite
de la misericordia de Dios. Por ello, pidamos al Señor que nuestra vejez,
nuestro cansancio, y todas nuestras limitaciones sean iluminadas por el aceite
del Señor”.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona
No hay comentarios:
Publicar un comentario