Alfa y Omega > Nº 805 / 1-XI-2012 > En portada
Entrevista con Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal:
«Nos encontramos en un cambio de época»
Tras participar como auditor en el Sínodo, Kiko Argüello hace balance de estos días, en los que «se ha reflexionado mucho» sobre el «cambio de época» en el que estamos inmersos y cómo la Iglesia debe afrontarlo. Iniciador, junto con Carmen Hernández, del Camino Neocatecumenal, un itinerario de formación citado como referencia por varios Padres sinodales, Argüello advirtió sobre la necesidad de recuperar la conciencia de pecado: «¿Creemos que los hombres , por el miedo a la muerte, están sometidos a la esclavitud del demonio? Si no lo creemos, ¿para qué evangelizar?»
Kiko Argüello durante la intervención del Coro
y la Orquesta del Camino, en Chicago, el pasado mes
de mayo. Foto: Cristina Pascual
¿Qué balance hace del Sínodo?
El Sínodo ha sido muy importante, porque se ha reflexionado mucho. Los obispos se han dado cuenta de que la cristiandad ha pasado, y estamos en un cambio de época que la Iglesia debe afrontar. Al cumplirse 50 años del Concilio, se está realizando lo que el Papa Juan XXIII dijo en la Constitución apostólica Humanae salutis, por la que se convocaba el Concilio: «La Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la Historia».
En mi intervención en el Sínodo, he citado una frase fundamental de la Escritura. Dice la Epístola a los Hebreos 2, 14-15: «Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó Él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte y libertar a cuántos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a su esclavitud». Según esta antropología revelada, el hombre no puede amar -Como yo os he amado-, porque está rodeado del miedo a la muerte. Partiendo de este texto, que los Padres de la Iglesia han utilizado en las catequesis a sus catecúmenos, como podemos ver sobre todo en san Cirilo de Alejandría, nos podemos preguntar: ¿creemos de verdad que los hombres, por el miedo que tienen a la muerte, están sometidos durante toda la vida a la esclavitud del demonio? Si no lo creemos, ¿para qué evangelizar? Pero si lo creemos debemos decir: «El amor de Cristo nos apremia al pensar que si Él ha muerto por todos, todos por tanto han muerto. Y ha muerto por todos para que aquellos que vivan, no vivan más para sí mismos, sino para Aquel que ha muerto y resucitado por ellos» (2Cor 5, 14-15). El teólogo ortodoxo Olivier Clement dice que el pecado original dentro del hombre le obliga a ofrecerse todo a sí mismo. San Pablo, en la Epístola a los Romanos, dice que «el hombre conoce el bien y querría hacerlo, pero experimenta otra ley: queriendo hacer el bien es el mal el que se le presenta».
Durante el Sínodo, varios prelados han mencionado al Camino Neocatecumenal como una de las realidades que mejor promueve la nueva evangelización...
Juan Pablo II reconoció el Camino como «un itinerario de formación católica válido para la sociedad y los tiempos de hoy», y expresó su deseo de que «todos mis hermanos en el episcopado, junto a sus presbíteros, ayuden a esta obra para la nueva evangelización». Estamos sorprendidos de cómo se está realizando, por ejemplo, con las familias en misión. Precisamente, una de las proposiciones del Sínodo presentadas al Papa es dar gracias a las familias que ofrecen su vida por la evangelización. El Sínodo también ha tratado el tema de las vocaciones, y lo ha recogido agradeciendo a las nuevas realidades eclesiales las vocaciones que
En la clausura del Sínodo, el Papa habló de la missio ad gentes como una de las tareas primordiales para la evangelización. ¿Cómo la lleváis vosotros adelante?
Durante nuestra experiencia de tantos años evangelizando en medio de muchos alejados de la Iglesia y de muchos paganos, hemos visto a gente que vive en el infierno: muchos matrimonios que se rompen, mujeres que son asesinadas, gente sola, miles y miles de suicidios, tantos jóvenes abandonados a sí mismos en la droga... Dios, que ve la Humanidad sufriente condenada al infierno del no ser, que no puede vivir en la verdad -que es Cristo vivificado en la donación total de sí mismo-, ha enviado a su Hijo a la tierra para que, gracias a su muerte y resurrección, sean perdonados los pecados y el hombre pueda ser liberado de la esclavitud del demonio y recibir la naturaleza divina que le hace hijo de Dios.
En Cristo se abre de nuevo el cielo y el hombre puede amar como Cristo ha amado, gracias al don del Espíritu Santo. Dice san Pablo que «Dios ha querido salvar el mundo a través de la necedad del kerigma» o de la predicación, que es el anuncio de esta noticia. Pero la fe viene por el oído, por la escucha. Sin embargo, nosotros estamos en una sociedad secularizada, postcristiana, que tiene el oído cerrado.
En los Hechos de los Apóstoles se puede leer cómo Dios hace signos, hace milagros, para abrir el oído y preparar a escuchar el kerigma. Después de abrir el oído al kerigma, preguntan a Pedro: «¿Qué tenemos que hacer?» San Pedro responde: «Convertíos y haceos bautizar en el nombre de Jesucristo para el perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2, 38). Sin embargo, en un cierto momento, los milagros cesan porque aparece un milagro superior, que es la Iglesia: «¡Mirad cómo se aman!», gritaban los paganos. Dice Jesús: «Amaos como yo os he amado» y «sed perfectamente uno y el mundo creerá».
También hoy, si queremos llevar adelante una nueva evangelización, es necesario dar signos que puedan abrir el oído al hombre contemporáneo, que le preparen a escuchar. Pero, ¿cómo podrá una comunidad cristiana llegar a esta estatura de fe del amor en la dimensión de la cruz y de la perfecta unidad?
Se necesita un catecumenado postbautismal que haga crecer la fe. Por eso, hay familias del Camino que van de misión entre los no bautizados o los alejados de la Iglesia a países como Alemania, Holanda o Suecia. A las catequesis que ofrecemos vienen muchos paganos y quedan sorprendidos de cómo se relacionan estas familias, porque lo que nos une a los cristianos es la relación en el Espíritu Santo.
Álvaro de Juana
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